jueves, 6 de noviembre de 2014

¡Si las paredes hablasen!

¡Si las paredes hablasen!
Carlos Fernández del Moral
Daniel Canogar – “Small Data”

Hay  ciertos momentos en la vida que te hacen ser consciente del frenético ritmo al que vivimos y de la velocidad a la que se producen los cambios a  nuestro alrededor. Cambios que, aun siendo importantes, se nos “meten” en la vida, casi sin darnos cuenta. Esta es la sensación que uno tiene cuando visita la exposición “Small Data” de Daniel Canogar (Madrid 1964) en la galería Max Estrella.

 A través de las trece obras realizadas con material electrónico de desecho, que van recorriendo los distintos ámbitos de nuestra cotidianidad, el trabajo, el juego, la comunicación, el entretenimiento o el estudio; se nos hacen presentes dos cosas, por un lado el corto ciclo de obsolescencia de estos devices y por otro la integración de la tecnología en nuestro mundo personal.

Lo que ayer vivimos como una necesidad vital, tal o cual tipo de teléfono o tal o cual gadget; hoy lo vemos rescatado del desguace y superado por otros elementos que tenemos, actualmente,  en nuestros bolsillos o en nuestra casa. Reconocemos en ellos algo cercano y próximo en el tiempo pero, a la vez, algo lejano y superado. Hay un aforismo tecnológico, basado en algo llamado Ley de Moore, que sentencia  que “la potencia de una generación tecnológica duplica a la de la anterior y se produce en la mitad del tiempo que lo hizo en la generación previa” prediciendo un crecimiento exponencial de potencia difícil de mantener sin algún cambio tecnológico de mayor entidad.

En cuanto al segundo punto, hemos vivido en los último 25 o 30 años una vulgarización de la tecnología que abandonó el ámbito científico y profesional (empresas) para generalizarse a nivel individual y que ha producido unos cambios sociales sólo comparable al que se produjo en el mundo de las ideas con la invención de la imprenta.  Que ha llevado a que nuestro mundo cambie de manera definitiva a lo que se ha dado en llamar “mundo virtual”, trascendiendo lo físico, a través de las extensiones tecnológicas del yo y que permite que habitemos en un mundo mixto donde nuestras ideas, acciones, relaciones, casas y hasta nosotros mismos, tenemos una suerte de divina ubicuidad.  Y al estilo de la mencionada ley de Moore el porcentaje de virtualidad en nuestro mundo viene creciendo de forma exponencial en las dos últimas décadas.

Canogar nos recuerda, en sus montajes, la parte de nosotros que hay en interior de estos “ladrillos virtuales” con los que construimos nuestro mundo y nuestra intimidad, nuestras cartas escritas, las conversaciones habladas, los estudios realizados o los juegos que nos entretuvieron; y que aún perduran, a modo de lejano eco, en ellos.

Por eso, al retirar esos elementos de nuestra vida, habrá que ser conscientes que en este nuevo mundo las paredes sí que pueden hablar y no sólo hablar, también graban, fotografían escuchan y recuerdan; por eso  ya nunca más estaremos/estamos en la benéfica soledad.


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