MÁQUINAS NOSTÁLGICAS
Sofía Mañero Cerutti
Daniel Canogar, en su exposición titulada Small Data, reflexiona sobre la breve
vida que actualmente tienen los objetos electrónicos. En efecto él ha recuperado
algunos dispositivos electrónicos, todos ellos rotos e incapaces de funcionar
por sí mismos, que han sido desechados probablemente por su antigüedad. La
intención del artista para con estos
dispositivos ha sido la de intentar devolverles la antigua vida que tuvieron. Para
conseguirlo se ha servido de varias proyecciones, que se encuentran justo
encima de estos objetos y que por lo tanto proyectan sus imágenes sobre ellos. Este
hecho es esencial para comprender la exposición, porque gracias a estas
proyecciones, los dispositivos electrónicos, ya obsoletos, adquieren una interesante sensación de
movimiento; de alguna manera recuperan
las funciones para las que han sido concebidos.
La imagen se convierte en la protagonista de la exposición,
ya que ayuda a identificar todos estos objetos y, al mismo tiempo, nos invita a
reflexionar sobre la vida y la muerte de la tecnología, del gran espacio que
tiene en nuestras vidas y del importante tiempo que les dedicamos. Puede que no
nos demos cuenta, pero la atención que le damos a los objetos tecnológicos es
realmente grande, más grande que nunca, aunque no creo que el artista intente
criticar este hecho. Simplemente él lo hace notar, nos muestra unos objetos que
han ocupado de lleno nuestras vidas y que, de alguna manera, merecen ser
recordados. Lo efímero de la tecnología, su corta vida y su rápida evolución,
nos asusta. ¿O quizás nos emociona? Sea como sea, la tecnología se desarrolla,
y no podemos hacer otra cosa más que seguir esa evolución.
Para resaltar este
concepto, las imágenes proyectadas no recuerdan únicamente la función que les
dimos a esos objetos, sino que nos los muestran en funcionamiento. La
calculadora vuelve a calcular hasta tal punto que las ecuaciones matemáticas se
acumulan en la mesa, creando una especie de cacofonía matemática; los mandos a
distancia funcionan de tal modo que da la sensación de que casi se pelean entre
ellos mediante rayos láser; las ranuras del disco duro son rellenadas por
líneas iluminadas, que son tan intensas que hasta salen del mismo objeto y se
desarrollan fuera de él; los videojuegos vuelven a funcionar así como los
teléfonos móviles vuelven a interactuar entre ellos.
Y sin embargo, como ya se ha dicho, no son los objetos los
que funcionan. Ellos siguen tan rotos como en el momento en el que fueron
desechados. Es la imagen, que actúa en forma de proyecciones, la que se ocupa
de que estos objetos cobren vida, una vida frágil y efímera. De alguna manera,
una simple epifanía, que ayuda e invita a recordar. No se trata de otra cosa
que de imágenes generadas desde la luz, que recuerdan a objetos creados para
hacer eso mismo y que, paradójicamente, ya no pueden hacerlo. Un claro ejemplo
lo da aquella obra titulada Break, donde
el protagonismo pasa a unos brazos, que interactúan con los distintos aparatos
que se presentan como tabletas o consolas. Es importante notar lo curioso de
aquella imagen, ya que los brazos son en realidad inexistentes, son, de alguna
manera, simples fantasmagorías.
Por lo tanto es mi intención resaltar aquella
incompatibilidad existente entre las proyecciones y los objetos. Juntas, ambas
cosas consiguen crear una obra de arte, una escultura con un claro carácter
plástico, cosa que no son por separado. Y sin embargo se trata de una obra de
arte efímera, basada en el recuerdo, con un claro sentido nostálgico.
En conclusión, Daniel Canogar, mediante una elegante
exposición, ha conseguido atraer la atención del público hacia aquellos objetos
que sobran en nuestra vida cotidiana y que sin embargo han ocupado un sitio
importante en ella.
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