Game
over, ¡nos quedamos sin recreo!
Nerea
Fernández Barquilla
El Museo Reina Sofía abre sus
brazos a la calle, y es entonces cuando “Playgrounds” se cuela dentro. La
“reinvención de la plaza” es el concepto que sus comisarios nos han querido
transmitir con esta exposición, en la que el protagonista por excelencia es el
espacio de juego. Seguramente hasta este momento poca gente se había cuestionado
o simplemente planteado que un parque o un recinto destinado al ocio tuviese
tanta importancia como para dedicarle una exposición de tal extensión (ni más
ni menos que alrededor de 300 obras en las que se combina la fotografía, la
pintura, la escultura, cine, etc.) Pero sí, efectivamente sus realizadores han
aunado las obras de una multitud de artistas que van desde clásicos como Goya,
pasando por el arquitecto Aldo Van Eyck o el fotógrafo Joan Colom, para
explicar detalladamente la importancia y la evolución de los playgrounds o parques
de juegos, así como su papel en la sociedad.
Esta exposición escondería la
necesidad del “homo ludens” de expresarse y rebelarse a través del carnaval,
donde lo grotesco y la deformación reivindican más bien la reinvención de la
democracia o de exigir al capitalismo que deje de organizar su tiempo libre.
¡Nosotros queremos decidir nuestras vacaciones!, dicen las imágenes y como si
de un flashback se tratara, nos remontaríamos al momento en el que el ocio se
convirtió en un problema para el hombre. También nos hace cuestionarnos dónde
quedaron los parques en los que los niños ponían a prueba su imaginación como
los “junk playground” propuestos por Sorensen o cómo hemos sido capaces de
encerrar y cercar el juego infantil. Por otro lado, hay cabida también para los
grupos que a mediados del siglo pasado identificaron la ciudad con los
playgrounds, como los miembros del Team X, o los que defendieron un carácter
más dionisíaco, siguiendo la línea de Nietzsche, en cuanto al trabajo se
refiere. En definitiva, no solo relata la evolución histórica de estos
entornos, sino el papel del arte en los extrarradios de los museos o galerías y
en las relaciones sociales, así como la configuración de la ciudad como un
“tablero de juego” y finalmente el retorno de la vida pública a las plazas en
los últimos años, aunque aún bajo el yugo de la autoridad.
Sin embargo, al repasar toda la exposición
deberíamos formularnos a nosotros mismos una pregunta: ¿qué sentido tiene una
exposición sobre el juego en la que no hay juego? Es irónica la mecánica de los
museos: no toques aquello, no te acerques tanto a eso, ¡no respires sobre la
obra! En una galería donde se exalta la libertad del juego, de más de 300
piezas apenas 2 o 3 pueden ser objeto de diversión. ¿Qué clase de mente
perversa ha ideado esto? Probablemente este pensamiento sea de los más
compartidos por aquellas mentes perezosas que se niegan a buscar el trasfondo,
o tal vez tengan la mayor de las razones. Entre alabanzas hacia revoluciones, a
la acción o el atrevimiento nos topamos con las continuas advertencias sobre
protocolo que se presupone en un museo. Ya dijo Trotsky: «El arte, que es la parte más compleja de
la cultura, la más sensible y a la vez la menos protegida, sufre por el declive
y la decadencia de la sociedad burguesa».
Este es uno más de los abundantes
proyectos lúdicos que se han colado en los museos y que como tal sigue la fórmula
empleada en incontables ocasiones: tema controvertido pero, eso sí, sin
salirnos de las normas, así como el empleo de una amplia documentación que en
ocasiones deriva en divagaciones innecesarias y se aleja del aspecto más artístico.
Quizás resida en esta ironía el secreto que la convierte en una visita
curiosamente recomendable.
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