jueves, 2 de octubre de 2014


TODO ES PEOR CUANDO TE HACES MAYOR
Patricia Manzano

La exposición “Playgrouds” fue la joya del Museo Reina Sofía de Madrid del 30 de abril al 22 de septiembre. Esta exposición partía de una serie de grabados de Goya del siglo XIX para mostrar todas las vertientes posibles de algo que ha hecho el hombre desde el principio de los tiempos: divertirse.
Sintiéndonos identificados con ideas tan contemporáneas como la de “la televisión como vía de escape” y la decisión obligada entre playa o campo lugar recreativo, numerosos artistas aclaman el derecho a la pereza como un derecho fundamental y conciben las vacaciones como el resultado del capitalismo que las ha hecho posibles y del auge de la globalización.
El juego de niños es la perfecta alegoría de la anarquía. El dicho “los niños de hoy son el futuro de mañana” está tan repetido que roza el aburrimiento pero no por eso es menos cierto. Ese niño que se come la arena en el patio del recreo puede no parecer gran cosa pero ahí donde unos ven a un niño sucio, otros ven un sinónimo de progreso que está construyendo el futuro con bloques de LEGO. Sin embargo, el espacio de juego evoluciona con los niños. La idea más interesante de la exposición es sin duda la de “reinventar la plaza” que explica cómo el especio de juego se convierte en sede de protestas. El ejemplo más cercano es la Puerta del Sol, una plaza donde antes los niños jugaban sin problemas es ahora un lugar de encuentro de insatisfechos políticos donde no perderías de vista a tu hijo ni un segundo.
El arte de influencia dadaísta se convierte en una herramienta de denuncia social pero sin romper la línea argumental de toda la exposición. Una vez el joven supera el Síndrome de Peter Pan se da cuente de que forma parte del pueblo que es asfixiado por el Estado Todopoderoso. Efrén Álvarez llama la atención por su fuerte crítica irónica hacia la democracia y el sistema de trabajo rescatando las ideas marxistas de que la burguesía es la única dueña de los medios de producción y la lucha de clases es inevitable. Melchor M. Mercado también experimenta con esta idea escribiendo, por si no quedaba claro, la palabra “jefe” al lado del dibujo de un cerdo.
No obstante, los reproches de carácter político no son los únicos que se reflejan. Es especialmente llamativa una fotografía de L. S. Lowry que retrata a niños y adultos británicos en 1941 divirtiéndose ajenos a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Esto me lleva a expresar mi descontento con la exposición pues no consigue hacer una representación fidedigna de todos los aspectos de la infancia al no tratar temas como los niños soldados o niños a los que tristemente se les prohíbe le juego y se les obliga a trabajar a edades tempranas.
El espectador de la exposición, ya sea o no un entendido en arte, es testigo de la estrecha relación de la que han gozado el juego y la belleza desde los albores de la historia.  A lo largo de todo el recorrido el receptor es consciente de que un niño puede llenar una habitación vacía y es que los niños dan vida a los lugares más inhóspitos. Este concepto culmina con la instalación con el columpio en la última sala, que es un arma de doble filo: representa el juego pero también están las cadenas que aprisionan al adulto en una sociedad opresiva. Pero, si eso significa que el disfrute de los más pequeños es fruto del trabajo de los mayores, puede que al final todo valga la pena. 

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