Sara
García – Alegre (1ºer año Historia del Arte)
Jugar nunca fue un simple juego de niños, pero de un modo u otro, siempre ha estado presente en nuestras vidas. Es
ese sentimiento de libertad, el del sentirse feliz sin ninguna preocupación, el
de no tener prejuicios por nada ni por
nadie, eso que nos permite volar sin alas, es ése el verdadero significado de
la infancia ¿no?
La infancia y el juego se pueden palpar en los rincones de la
exposición como si nos transportaran a una época familiar, a esos momentos de
risas, juego y diversión pero que rápidamente se ven empañados por los
drásticos cambios sociales; la guerra, en primera instancia, provocó el empobrecimiento
de la imaginación en esos tiempos de destrucción, simplemente jugando con lo
que quedaba de un mundo roto y desolado. Como mencionó el escritor y periodista colombiano Héctor
Abad Faciolince:
-“La cronología de la infancia no está
hecha de líneas si no de sobresaltos”- dando como ejemplo nuevamente el papel de la guerra. Los
parques infantiles son un simple atisbo de lo que un día fueron, siendo capaces
de transmitirnos dos sentimientos contradictorios, por un lado el sentimiento
de júbilo y risas que sintieron esos niños sin nombre o incluso nosotros mismos
y, por otro, la desolación y la pérdida de nuestra propia infancia siendo
víctimas de circunstancias y del propio poder del tiempo.
Muchos artistas se han sentido atraídos por la imagen o lo que puede
llegar a representar el juego, en todo
tipo de vertientes y variables. Artistas como Goya y Ricardo Baroja - entre
otros- muestran su idea personal sobre
el juego y sobre un evento muy relacionado y pintoresco, el carnaval. El
carnaval como muestra de expresión máxima de júbilo, desenfado y alegría de
vivir. De cómo somos capaces de correr, saltar, gritar, divertirnos y por un
instante no pensar en nada, simplemente dejarse llevar en un mundo que, por
unos instantes, parece detenerse y ser un remanso de perfección.
Tras ese recuerdo de la infancia seguimos creciendo hacia una
adolescencia y una madurez que se ve empañada de movimientos políticos y de represión.
Ahora ya no jugamos con objetos, jugamos con las propias personas. La etapa de
una vida sin problemas ya no es posible, ahora las calles son nuestro patio de
recreo, nos queremos hacer oír. Al mismo tiempo añoramos ese sentimiento de
libertad infantil e inocente, la pereza se convierte en una pequeña amiga, presente
y fiel compañera en nuestro tiempo libre y de ocio, ocio que se convierte en tiempo
de no hacer nada. El dormir bajo un árbol, el tumbarse junto a un amigo en la
playa o sentarse a beber en medio de una acera se convierte en lo más
placentero del mundo. Jugamos a todo y a nada, el aburrimiento hacia un mañana
en constante cambio, pero a su vez el júbilo de la libertad que proporciona la
juventud, como una pequeña transición, como en su día fue el paso de la
televisión en blanco y negro a la de color.
Somos el resultado de lo que un día fuimos, debemos recordar que esos
momentos no siempre fueron del todo felices pero fueron lo suficientemente
felices para recordar con cariño la ilusión que sentimos al recibir nuestro
primer juguete o como éramos capaces de divertirnos con cosas tan simples como
una rueda de automóvil o un simple columpio.
En definitiva, es una exposición que nos lleva a través del tiempo, un
tiempo de risas, caricaturas, fiestas…pero también de soledad, tristeza y
nostalgia. Cada objeto tiene un mensaje, un significado para nuestros
recuerdos, un simple juego al que todos acabamos jugando.
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