jueves, 2 de octubre de 2014

Jugar… ¿A qué?

Sara García – Alegre (1ºer año Historia del Arte)

Jugar nunca fue un simple juego de niños, pero de un modo u otro,  siempre ha estado presente en nuestras vidas. Es ese sentimiento de libertad, el del sentirse feliz sin ninguna preocupación, el de  no tener prejuicios por nada ni por nadie, eso que nos permite volar sin alas, es ése el verdadero significado de la infancia ¿no?
La infancia y el juego se pueden palpar en los rincones de la exposición como si nos transportaran a una época familiar, a esos momentos de risas, juego y diversión pero que rápidamente se ven empañados por los drásticos cambios sociales; la guerra, en primera instancia, provocó el empobrecimiento de la imaginación en esos tiempos de destrucción, simplemente jugando con lo que quedaba de un mundo roto y desolado. Como mencionó el escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince: -“La cronología de la infancia no está hecha de líneas si no de sobresaltos”-  dando como ejemplo nuevamente el papel de la guerra. Los parques infantiles son un simple atisbo de lo que un día fueron, siendo capaces de transmitirnos dos sentimientos contradictorios, por un lado el sentimiento de júbilo y risas que sintieron esos niños sin nombre o incluso nosotros mismos y, por otro, la desolación y la pérdida de nuestra propia infancia siendo víctimas de circunstancias y del propio poder del tiempo.
Muchos artistas se han sentido atraídos por la imagen o lo que puede llegar a  representar el juego, en todo tipo de vertientes y variables. Artistas como Goya y Ricardo Baroja - entre otros-  muestran su idea personal sobre el juego y sobre un evento muy relacionado y pintoresco, el carnaval. El carnaval como muestra de expresión máxima de júbilo, desenfado y alegría de vivir. De cómo somos capaces de correr, saltar, gritar, divertirnos y por un instante no pensar en nada, simplemente dejarse llevar en un mundo que, por unos instantes, parece detenerse y ser un remanso de perfección.
Tras ese recuerdo de la infancia seguimos creciendo hacia una adolescencia y una madurez que se ve empañada de movimientos políticos y de represión. Ahora ya no jugamos con objetos, jugamos con las propias personas. La etapa de una vida sin problemas ya no es posible, ahora las calles son nuestro patio de recreo, nos queremos hacer oír. Al mismo tiempo añoramos ese sentimiento de libertad infantil e inocente, la pereza se convierte en una pequeña amiga, presente y fiel compañera en nuestro tiempo libre y de ocio, ocio que se convierte en tiempo de no hacer nada. El dormir bajo un árbol, el tumbarse junto a un amigo en la playa o sentarse a beber en medio de una acera se convierte en lo más placentero del mundo. Jugamos a todo y a nada, el aburrimiento hacia un mañana en constante cambio, pero a su vez el júbilo de la libertad que proporciona la juventud, como una pequeña transición, como en su día fue el paso de la televisión en blanco y negro a la de color.
Somos el resultado de lo que un día fuimos, debemos recordar que esos momentos no siempre fueron del todo felices pero fueron lo suficientemente felices para recordar con cariño la ilusión que sentimos al recibir nuestro primer juguete o como éramos capaces de divertirnos con cosas tan simples como una rueda de automóvil o un simple columpio.
En definitiva, es una exposición que nos lleva a través del tiempo, un tiempo de risas, caricaturas, fiestas…pero también de soledad, tristeza y nostalgia. Cada objeto tiene un mensaje, un significado para nuestros recuerdos, un simple juego al que todos acabamos jugando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario