jueves, 2 de octubre de 2014

La plaza es mía, ¡ya no juegas!

La plaza es mía, ¡ya no juegas!
Laura Moreno Orejas. Historia del Arte.

    Decía Aristóteles que la felicidad es innata al hombre y el fin máximo al que debe aspirar. La manera de divertirnos cambia con las personas, en la infancia una de las formas de conseguir esa felicidad es los parques infantiles.
    Los diferentes artistas que forman la exposición “Playgrounds” colaboran de maneras muy diferentes, cada uno en su ámbito, por lo que al recorrer las habitaciones del Museo Reina Sofía encontramos pintura, fotografía, caricaturas, sátiras, esculturas, vídeos… Un conjunto de obras que recorren un amplio período de tiempo, de este modo podemos ver a Goya o a Van Eyck, pasando también por movimientos como el Dadaísmo. Es con grabado de Goya que empezamos el recorrido, sus grabados tan impresionantes e impactantes muestran gente disfrutando del carnaval. El carnaval no es, ni mucho menos, un invento moderno, existía ya mucho antes, así como el deseo en el ser humano de ocultar la identidad y dar rienda suelta a todo tipo de ideas que se pasan por la cabeza, con esa ligera seguridad de no ser reconocido; esos carnavales no era sino una manera de controlar al pueblo, “dejándoles” divertirse durante un día para que puedan continuar con su trabajo, ya que el carnaval trae consigo la cuaresma, es decir, el ayuno y el sufrir.
Pero no solo el carnaval era la manera de divertirse, las fotografías que nos aguardan de Weegee en Coney Island son un claro ejemplo de cuan necesario es para el ser humano el disfrutar y el relajarse, la necesidad de no hacer nada; no por casualidad la siguiente sala nos habla de la pereza, de cómo es necesario no hacer nada, para así poder recabar en actividades mucho más sutiles y que pueden llenarnos más el alma y el espíritu.
Pero, ¿cómo puede ser alguien capaz de divertirse, si vives entre las ruinas de la II Guerra Mundial? Este fue en realidad el comienzo de los parques de recreo. Tras la destrucción de ciudades, de países y de miles de personas aparece la necesidad de olvidarlo todo y reinventarse a uno mismo, haciendo que un descampado se convierta en un auténtico parque donde poder jugar, aunque en un principio solo tengas una rueda de coche, o una tiza con la que dibujar en el suelo.

    Como la arquitectura de una ciudad va cambiando es una de las partes principales de la exposición. No solo se cambia lo destrozado, y se crea algo de la nada, sino que también se recuperan conceptos y se rediseñan otros, como el concepto de tomar las calles. Los desfiles y las manifestaciones se hacen siempre bajo un estricto control del gobierno y el estado, porque estás ocupando un espacio público. Pero esa debería ser precisamente la razón para poder ocupar una plaza o una calle cuando algo no va bien. Hacer de la calle tu casa, y la del vecino y la del primo segundo, debería ser algo obligatorio. La diferencia entre un parque y una plaza no es tan grande como podría parecernos. En ambos sitios se debería ir aprendiendo, creciendo y cambiando.

    Creo que este debería ser el concepto más importante y que, desgraciadamente, es más fácil que se nos escape. Hay mil maneras de aprender, y el deseo de aprender  o de obtener más conocimiento te convierte en una persona peligrosa, y eso es lo que más temen políticos y poderosos. Como decía uno de los vídeos, “no interesa intervenir, interesa mostrar la imagen”. Si dejamos que nos sigan oprimiendo la lucha de otros tantos terminará por olvidarse, convirtiéndose en algo completamente inútil. Sin embargo no podemos olvidar que toda la cultura es un derecho fundamental de las personas y es, además, una obligación. Reclamemos nuestros parques y plazas, reclamemos el derecho a la diversión, la pereza y, por supuesto, a la libertad.

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