jueves, 2 de octubre de 2014

                                    UN JUEGO DE SALÓN

                                (Lorena Castillo Dualde, 1º Historia del Arte)

Bienvenidos a la plaza, un espacio de juegos para niños y niñas, se les ve felices, despreocupados, disfrutando del sol con sus amigos, se están tomando fotos, todos sonríen. Es una plaza preciosa, una plaza que más adelante quedará vacía, sin vida, los pequeños ya no salen en las fotografías, su felicidad en la plaza se ve empañada, comienzan otros tiempos, otros modos de vida, de consumismo, de desorden social y confusión, características de la vida moderna.

Con cerca de 300 obras, la exposición “Playgrounds: Reinventar la plaza” plantea otra historia del arte, que va desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, en la que la obra se utiliza como elemento de redefinición del espacio público, explorando la ciudad como campo de juegos, reinventando la plaza como el lugar de la revuelta del homo ludens y descubriendo las posibilidades de un nuevo mundo a partir de sus desechos.

Como ya hemos apuntado anteriormente, la exposición arranca a mediados del siglo XIX, cuando se inicia un proceso de cambio, de conversión del tiempo libre en tiempo de consumo. Un proceso que puso en crisis el concepto de espacio público, el cual paso a ser concebido no solamente como un elemento sobre el que el poder político debe ejercer un control, sino también del que se puede obtener un beneficio económico. Las ciudades se convierten en objetos de planificación racional y utilitaria, y desde el ámbito arquitectónico se redefine y dota de nuevos valores al espacio de juego. En este contexto, este espacio de juego se convierte en el motor para la transformación de la ciudad, convertida en un enorme playground, como contrapunto la noción de ciudadano que está inmerso en una red urbana con el único objetivo de lograr la máxima productividad. Asimismo, la exposición también hace una crítica a los intentos de normalización del espacio de juego y del ánimo lúdico, así como su instrumentalización por intereses surgidos dentro de esa modernidad de comienzos del XX. La reivindicación de la actitud anti-productiva y a favor del juego, así como del derecho a la pereza y a no hacer nada, frente a la hiperactividad de nuestra era, se encuentra en el trasfondo de muchas de las obras presentes en esta exposición. Asimismo, las manifestaciones ciudadanas y los disturbios callejeros de finales de los años 60 y 70, como el punk y las huelgas, reivindicarán la ciudad como playground para el homo ludens.

Podríamos decir que este playground parte de un doble supuesto, por un lado, la tradición carnavalesca que nos muestra que existe la posibilidad de subvertir y transcender, aunque sea temporal, el orden establecido. Por otro lado, el imaginario utópico, que ha tenido dos constantes esenciales. Por una parte la reivindicación de la necesidad de tiempo libre, y por otra el reconocimiento de la existencia de una comunidad de bienes, cuyo principal ámbito de materialización sería el espacio público.


El hecho de que el juego se haya convertido en clave para entender las actividades serias no es una simple casualidad. El juego ha sido tan sistemáticamente colonizado por los mismos que privatizaron y mercantilizaron el espacio público que lo que hoy es legítimo es dudar de su potencial revolucionario, y de las capacidades críticas de un discurso ampliamente fagocitado por sus enemigos. Playgrounds nos da la oportunidad de visualizar el desgaste de ese discurso y nos obliga a reflexionar, no solamente acerca de qué sería hoy lo genuinamente “revolucionario”, sino también sobre el significado de las relaciones entre arte y política en un mundo como el nuestro, y en una coyuntura como la presente. No vaya a ser que alguien piense que el arte es sólo un juego de salón que los entendidos practican en los museos.

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