Arte de cara a la pared…
Enrique Gómez Ávila (1º
Grado en Historia del Arte)
Mateo Maté lleva años intentando plasmar, en la mezcla de
elementos totalmente cotidianos y simples, un simbolismo, el cual, francamente,
cuesta captar. Sus obras aparentemente son objetos que podrías encontrar en
cualquier depósito de residuos urbanos, pero lo que las hace, o por lo menos es
lo que pretende Mateo, “obras de arte” son las interpretaciones y
elucubraciones que circulan por las mentes de Mateo y allegados.
La base de esta exposición está sustentada, no por la originalidad o
complejidad de las producciones, sino por una serie de divagaciones abstractas y
arbitrarias, con las cuales Mateo envuelve sus obras.
Al inicio de la exposición, uno se encuentra con un
laberinto a prueba de estómagos revueltos, elaborado con un material complejo e
innovador (los separadores que se utilizan en los aeropuertos para organizar la
cola de embarque). Según Mateo, esto simboliza el laberíntico proceso por el
cual todo artista está condenado a atravesar hasta llegar a la creación y
materialización de su obra.
El laberinto se encuentra acompañado por una serie de
cuadros, con la peculiaridad de que están expuestos con el lienzo de cara a la
pared, pasando a ocupar el primer plano de la obra los elementos
sustentantes traseros del lienzo. Estos
sustentos, formados por piezas de madera, están dispuestos en forma
laberíntica, acorde con la pieza principal que ocupa la sala (el laberinto) y
constituyendo esto como uno de los pocos elementos lógicos de esta exposición.
Con estos cuadros al revés, Mateo busca el que la gente
conozca los entresijos de los cuadros, el lado B de las cosas, repitiendo con
ello la fórmula llevada a cabo en su exposición Via Crucis.
Via Crucis es el
nombre de la exposición que Mateo realizó en la localidad de Sagunto, en el
interior de una ermita. En la conversación previa al inicio de la exposición
que tuvimos con Mateo, nos mostró el catálogo de la exposición, con una serie
de fotos en las cuales se podía admirar “la brillantez compositiva”: cuadros de
cara a la pared a lo largo de todo el interior de la ermita con un mismo
esquema compositivo (un marco de madera cuadrado y dos piezas de madera
cruzadas perpendicularmente). Al mostrar estas fotos, Mateo pretende transmitir
que el comportamiento de un creyente en la ermita y el de una persona en un
museo no difiere, es prácticamente el mismo, proponiendo una ruptura del
personal ante esta regla de comportamiento no escrita, la cual hace que las
personas cuando entran a una exposición parezcan que en sus caras esté
reflejado el cumplimiento de un final trágico en cuanto salgan del espacio
expositivo, pasando con un silencio sepulcral ante la obra como si de un
corredor de la muerte se tratara.
La sala anexa y, para mi desconcierto, la última, consistía en
un espacio cuadrado en cuyo centro destacaba una especie de muñón de madera o
algo por el estilo, al cual el autor, y solo el autor, definía como
“escultura”. Ante esta denominación completamente
fuera de contexto intenté analizar esa
compleja obra de disposición laberíntica hecha con piezas de madera, a ver si
podía intentar fingir que aquello era una escultura, pero finalmente se quedó
en esperanzador intento. Mateo intentaba hablar sobre la simbología de la
escultura y lo que intentaba transmitir (algo que se quedó también en un
esperanzador intento), empezando yo, en ese mismo momento, a pensar en una
frase que dijo Mateo al inicio de la exposición: “Hay obras de arte que son
para hacer una hoguera”.
En conclusión, la exposición destaca por su carácter
transgresor (concepto nada nuevo e incluso repetitivo), pero en esa
transgresión queda en evidencia la falta de sensibilidad artística en ese
amasijo de madera al final de la exposición o en ese laberinto, en el cual, si
hubiera sabido el contenido de la exposición, me hubiera perdido.
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