lunes, 22 de septiembre de 2014

Arte de cara a la pared…
Enrique Gómez Ávila (1º Grado en Historia del Arte)

Mateo Maté lleva años intentando plasmar, en la mezcla de elementos totalmente cotidianos y simples, un simbolismo, el cual, francamente, cuesta captar. Sus obras aparentemente son objetos que podrías encontrar en cualquier depósito de residuos urbanos, pero lo que las hace, o por lo menos es lo que pretende Mateo, “obras de arte” son las interpretaciones y elucubraciones que circulan por las mentes de Mateo y allegados.

La base de esta exposición está  sustentada, no por la originalidad o complejidad de las producciones, sino por una serie de divagaciones abstractas y arbitrarias, con las cuales Mateo envuelve sus obras.

Al inicio de la exposición, uno se encuentra con un laberinto a prueba de estómagos revueltos, elaborado con un material complejo e innovador (los separadores que se utilizan en los aeropuertos para organizar la cola de embarque). Según Mateo, esto simboliza el laberíntico proceso por el cual todo artista está condenado a atravesar hasta llegar a la creación y materialización de su obra.

El laberinto se encuentra acompañado por una serie de cuadros, con la peculiaridad de que están expuestos con el lienzo de cara a la pared, pasando a ocupar el primer plano de la obra los elementos sustentantes  traseros del lienzo. Estos sustentos, formados por piezas de madera, están dispuestos en forma laberíntica, acorde con la pieza principal que ocupa la sala (el laberinto) y constituyendo esto como uno de los pocos elementos lógicos de esta exposición.
Con estos cuadros al revés, Mateo busca el que la gente conozca los entresijos de los cuadros, el lado B de las cosas, repitiendo con ello la fórmula llevada a cabo en su exposición Via Crucis.
Via Crucis es el nombre de la exposición que Mateo realizó en la localidad de Sagunto, en el interior de una ermita. En la conversación previa al inicio de la exposición que tuvimos con Mateo, nos mostró el catálogo de la exposición, con una serie de fotos en las cuales se podía admirar “la brillantez compositiva”: cuadros de cara a la pared a lo largo de todo el interior de la ermita con un mismo esquema compositivo (un marco de madera cuadrado y dos piezas de madera cruzadas perpendicularmente). Al mostrar estas fotos, Mateo pretende transmitir que el comportamiento de un creyente en la ermita y el de una persona en un museo no difiere, es prácticamente el mismo, proponiendo una ruptura del personal ante esta regla de comportamiento no escrita, la cual hace que las personas cuando entran a una exposición parezcan que en sus caras esté reflejado el cumplimiento de un final trágico en cuanto salgan del espacio expositivo, pasando con un silencio sepulcral ante la obra como si de un corredor de la muerte se tratara.

La sala anexa  y,  para mi desconcierto, la última, consistía en un espacio cuadrado en cuyo centro destacaba una especie de muñón de madera o algo por el estilo, al cual el autor, y solo el autor, definía como “escultura”. Ante esta denominación  completamente fuera de contexto  intenté analizar esa compleja obra de disposición laberíntica hecha con piezas de madera, a ver si podía intentar fingir que aquello era una escultura, pero finalmente se quedó en esperanzador intento. Mateo intentaba hablar sobre la simbología de la escultura  y lo que intentaba  transmitir (algo que se quedó también en un esperanzador intento), empezando yo, en ese mismo momento, a pensar en una frase que dijo Mateo al inicio de la exposición: “Hay obras de arte que son para hacer una hoguera”.

En conclusión, la exposición destaca por su carácter transgresor (concepto nada nuevo e incluso repetitivo), pero en esa transgresión queda en evidencia la falta de sensibilidad artística en ese amasijo de madera al final de la exposición o en ese laberinto, en el cual, si hubiera sabido el contenido de la exposición, me hubiera perdido.  

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