lunes, 29 de septiembre de 2014

EL HOMBRE CONTRA LA MÁQUINA



PATRICIA MANZANO

Si allá donde vas sólo ves una pantalla LED es que eres un esclavo de la tecnología. Daniel Canogar (Madrid, 1964) nos presenta en la galería madrileña Max Estrella su exposición “Small data” dende despliega una obra que parte del constructivismo y que usa como materia prima restos electrónicos obsoletos para abrir la puerta a un mundo de luces brillantes que llaman enseguida la atención del espectador.
En una época en la que lo que hace destacar al artista es la singularidad y un “estilo propio”, Daniel Canogar (que en esta exposición adquiere el papel de ingeniero informático) expresa de forma sublime con ayuda de arte contemporáneo la idea de que la tecnología es efímera: un mando a distancia de último modelo en 2012 puede ser arte en 2014 y una reliquia en 2015. Como si se tratara de una fotografía de rayos X, la luz incide en los dispositivos tecnológicos para crear patrones imposibles.
La tecnología, para bien o para mal, es sinónimo de evolución. Desde la rueda hasta las impresoras digitales en 3D pasando por las primeras lentes fotográficas, los inventos han estado ligados al arte pero sobre todo han sido imprescindibles para que todas las civilizaciones progresen. No obstante, hay juguetes que parecen gustarnos más que otros, lo que abre el polémico debate sobre si somos esclavos de nuestras propias creaciones.
Daniel Canogar se recrea con la idea de que el hombre es un esclavo de la tecnología. Cada vez es más frecuente oír esa cita de Ziad K. Abdelnour que dice que “vivimos en la época de los teléfonos inteligentes y la gente estúpida”. El rendimiento mental de cualquier persona a día de hoy es básico tirando a nulo. Las palabras que el escritor Ray Bradbury redactó en 1953 siguen estando vigentes sesenta años más tarde: la descripción que realiza de la televisión (“esa medusa que convierte en piedra a millones de personas todas las noches mirándola fijamente”) es tan válida ahora como lo era antes. Las calculadoras y los correctores ortográficos (entre otros) hacen que nos esforcemos cada vez menos ya que, al final, para qué mirar por la ventana si puedes consultar el tiempo en el móvil.
La humanidad no se da cuenta de que en su afán por llegar cada vez más lejos hay aspectos en los que está retrocediendo. Actualmente, el conocimiento vuelve a estar en manos de unos pocos privilegiados y no porque no sea accesible para todo el mundo, como ocurría en épocas pasadas, sino porque son cada vez menos los que se plantean cuestionar al sabio Google y desempolvar esos objetos llenos de páginas escritas con letra minúscula a los que llaman diccionarios.
Lo analógico ha perdido la guerra contra el mundo digital, que desde un primer momento llegó pisando fuerte. El teléfono móvil es un carcelero que nos ha encerrado y ha tirado la llave y el teclado ha sustituido a cualquier tipo de caligrafía por eso lo que hace el artista es fundir arte y tecnología para desnudar los dispositivos electrónicos y que veamos por dentro a ese monstruo que nos aprisiona.
El ser humano es el Dr. Frankenstein siendo incapaz de controlar al monstruo. Esto no significa que no haya que darle la bienvenida al progreso, al fin y al cabo, el cambio es un factor determinante en el perfeccionamiento de las sociedades humanas, pero no por eso hay que dejar de recelar y juzgar con una actitud crítica cada nuevo juguete que sale al mercado.

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