PATRICIA MANZANO
Si allá
donde vas sólo ves una pantalla LED es que eres un esclavo de la tecnología.
Daniel Canogar (Madrid, 1964) nos presenta en la galería madrileña Max Estrella
su exposición “Small data” dende despliega una obra que parte del
constructivismo y que usa como materia prima restos electrónicos obsoletos para
abrir la puerta a un mundo de luces brillantes que llaman enseguida la atención
del espectador.
En una época en la que lo que hace destacar al
artista es la singularidad y un “estilo propio”, Daniel Canogar (que en esta exposición
adquiere el papel de ingeniero informático) expresa de forma sublime con ayuda
de arte contemporáneo la idea de que la tecnología es efímera: un mando a
distancia de último modelo en 2012 puede ser arte en 2014 y una reliquia en 2015.
Como si se tratara de una fotografía de rayos X, la luz incide en los
dispositivos tecnológicos para crear patrones imposibles.
La tecnología, para bien o para mal, es
sinónimo de evolución. Desde la rueda hasta las impresoras digitales en 3D
pasando por las primeras lentes fotográficas, los inventos han estado ligados
al arte pero sobre todo han sido imprescindibles para que todas las
civilizaciones progresen. No obstante, hay juguetes que parecen gustarnos más
que otros, lo que abre el polémico debate sobre si somos esclavos de nuestras
propias creaciones.
Daniel Canogar se recrea con la idea de que el hombre
es un esclavo de la tecnología. Cada vez es más frecuente oír esa cita de Ziad
K. Abdelnour que dice que “vivimos en la época de los teléfonos inteligentes y
la gente estúpida”. El rendimiento mental de cualquier persona a día de hoy es
básico tirando a nulo. Las palabras que el escritor Ray Bradbury redactó en
1953 siguen estando vigentes sesenta años más tarde: la descripción que realiza
de la televisión (“esa medusa que convierte en piedra a millones de personas
todas las noches mirándola fijamente”) es tan válida ahora como lo era antes. Las
calculadoras y los correctores ortográficos (entre otros) hacen que nos
esforcemos cada vez menos ya que, al final, para qué mirar por la ventana si
puedes consultar el tiempo en el móvil.
La humanidad no se da cuenta de que en su afán
por llegar cada vez más lejos hay aspectos en los que está retrocediendo.
Actualmente, el conocimiento vuelve a estar en manos de unos pocos
privilegiados y no porque no sea accesible para todo el mundo, como ocurría en
épocas pasadas, sino porque son cada vez menos los que se plantean cuestionar
al sabio Google y desempolvar esos objetos llenos de páginas escritas con letra
minúscula a los que llaman diccionarios.
Lo analógico ha perdido la guerra contra el
mundo digital, que desde un primer momento llegó pisando fuerte. El teléfono
móvil es un carcelero que nos ha encerrado y ha tirado la llave y el teclado ha
sustituido a cualquier tipo de caligrafía por eso lo que hace el artista es
fundir arte y tecnología para desnudar los dispositivos electrónicos y que veamos
por dentro a ese monstruo que nos aprisiona.
El ser humano es el Dr. Frankenstein siendo
incapaz de controlar al monstruo. Esto no significa que no haya que darle la
bienvenida al progreso, al fin y al cabo, el cambio es un factor determinante
en el perfeccionamiento de las sociedades humanas, pero no por eso hay que
dejar de recelar y juzgar con una actitud crítica cada nuevo juguete que sale
al mercado.
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