Nuevos
cementerios: esoterismo tecnológico.
Nerea Fernández Barquilla.
Silencio. Atención. ¿Los
escuchas? Desde la profundidad de los cajones, el rincón más escondido del armario,
aquella caja en el desván… Nos reclaman una segunda oportunidad todos aquellos
dispositivos que hemos ido dejando olvidados. Ese móvil con tapa que compramos
con tanta ilusión, aquel Mp3 que nos acompañó a todas partes o la consola con
la cual pasamos largas horas esperan una resurrección. Daniel Canogar se mete
en la piel de ese dios resurrector para ofrecerles un “plan b”, pero no solo
presenta una segunda oportunidad, sino la extracción de su historia y sus
memorias, al fin y al cabo resulta sorprendente (y en cierta manera extraño e
incluso patético) el vínculo tan estrecho que creamos con ellos a lo largo de
su corta vida.
En la galería Max Estrella presenta este
artista audiovisual su “Small data”,
un particular guiño al Big data, es
decir, la enorme cantidad de información personal que las grandes corporaciones
o instituciones poseen. Como respuesta, el Small
data adquiere una perspectiva más íntima y da vida a una serie de
dispositivos de uso cotidiano en los que hay, o al menos hubo almacenada una
parte de nuestra memoria. La técnica, o podríamos decir, el “ritual” para
llevar esto a cabo consiste en la proyección cenital de un vídeo sobre los
aparatos o piezas de los mismos. Estos van pereciendo a nuestro alrededor, pero
tan acostumbrados estamos a las brevísimas vidas de nuestros compañeros
tecnológicos marcados por la obsolescencia programada, que no nos damos cuenta.
El resultado de este trabajo de
búsqueda y arqueología, como él mismo denomina, en los cementerios tecnológicos
y su combinación prácticamente perfecta con los vídeos correspondientes es una
exposición aparentemente sencilla pero que encubre un elaborado proceso. Así
podemos encontrar una impresora que continúa su labor ajena a su falta de
componentes, una calculadora sobrepasada por una avalancha de cifras, una
montaña de fragmentos de móviles bajo los cuales unas personas serpentean con desesperación
hasta su desaparición, como si se tratase de yonkis informáticos, o podemos
encontrar placas de ordenadores que evocan las grandes ciudades. Es curiosa
también la huida de los míticos
personajes de la Game Boy que finaliza con una explosión de píxeles o la cadena
de desechos tecnológicos donde se va recomponiendo un teléfono. Pero entre
todas las piezas, la que quizás sea la que dé más sentido a toda la exposición
es la que se sitúa en una austera sala de frías paredes blancas entre las
cuales tiene lugar un baile de letras frenético sobre las teclas
de ordenador que se repite continuamente y que culmina en llamas.
Esta no es la primera vez en la
que Daniel Canogar muestra su interés por este tema, así como la conversión de simples residuos
en los protagonistas de su obra, ni
tampoco la primera que utiliza el recurso de la multitud reptadora, el cual
cosechó un gran éxito en Times Square. Si contemplamos la obra de este artista,
no es difícil adivinar por qué es uno de los artistas contemporáneos españoles
con más proyección en el ámbito internacional: anima lo inanimado, convierte
basura en una magnífica pieza, la dota de un nuevo sentido a la vez que
comunica su desacuerdo ante la sociedad actual en la que todo parecer ser
obsoleto. Por ello, esta exposición no deja de ser tampoco un llamamiento a la
conciencia ecológica de todos nosotros y nos abre los ojos ante un tema al que
parece que preferimos dar la espalda.
Sin duda, las reclamaciones de
los dispositivos olvidados se mezclan con maldiciones al momento en el que
Bernard London propuso en su libro
Poner fin a la gran depresión mediante la
obsolescencia programada su aplicación como medida para superar el Crack
del 29.
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