El arte de avanzar
Patricia
Carbón Garzón
Un laberinto nos da la bienvenida nada más entrar en la galería NF
(antiguamente llamada Nieves Fernández), como elemento simbólico para
adentrarnos en una nueva visión del arte que, desde las sombras, jugará con
nosotros.
Mateo Maté, el artista de la sorpresa, nos descubre lo que el ojo
humano normal, el condicionado, el conformista, no puede ver –o no quiere–. En
esta ocasión, nos trae ‘’La cara oculta’’, una exposición que, al segundo
intento (Mateo nos contaba cómo hacía unos años atrás no había arraigado) ha
conseguido llamar la atención de más de un curioso.
Usando los bastidores de los cuadros (lo que nos recuerda, cómo no, a
su anterior proyecto Vía Crucis), los laberintos y las formas geométricas
cerradas como arma, Maté nos adentra en el camino del artista, el cual nos
vemos obligados a recorrer de principio a fin para lograr acercarnos a cada
obra expuesta. Un camino tortuoso, lleno de redireccionamientos y
contratiempos.
El nombre de las obras nos puede ayudar a intuir el significado de las
mismas. ‘’Prisión del artista’’ es el nombre por excelencia, y el otorgado a la
mayoría de piezas colgadas de la pared. Éstas, que son cuadros ‘’castigados’’
de cara al muro, nos muestran laberintos sin salida, con formas superpuestas y
patrones geométricos confusos y enrevesados.
Y es que Maté pretende criticar que la pintura, objeto de liberación,
expresión, revolución y crítica para muchos, está sujeto como todo a unos cánones ideados durante el siglo XIX en
Francia, donde se estableció un tipo de medida específica que todos los lienzos
europeos siguen a rajatabla. Este
detalle, oculto para muchos, convierte el cuadro en una simple prisión más, en
una trampa donde el artista se pierde y se ahoga en unos límites que no se
deben franquear; y a su vez sirve como
metáfora de toda una sociedad de prohibiciones e ideología camuflada a la
vista.
Pero hay más de un aspecto polémico alrededor de toda la obra de Mateo
Maté. La mayor parte de su producción artística tiene una firma suya muy clara:
convertir lo cotidiano en un objeto de reflexión, razonamiento y crítica. Nos
lo muestra perfectamente con sus anteriores exposiciones, en las que es capaz
de convertir cuadros en cruces cristianas, demostrando así la ideología oculta
latente en lo que menos pensamos, y la similitud entre el comportamiento humano
en un templo religioso y en un museo; en otra de ellas, expone que los
nacionalismos nacen en un entorno tan doméstico como lo es una casa, creando
para ello escudos con tablas de madera, cucharones y cuchillos y elementos
similares; y en otra nos explica que el camuflaje surge gracias a los pintores
impresionistas como Monet, que pintaban paletas de colores intentando captar la
mirada primaria del ojo humano.
Mateo Maté es, por tanto, todo un artista de siglo XXI, contemporáneo,
que no se limita a crear arte sólo con esculturas de piedra o barro, cuadros o
fotografías. Él da un paso más con ayuda de lo que el mundo actual le ofrece,
pues, como él dijo, ‘’no podemos plasmar
la sociedad en un solo lienzo’’.
La verdadera polémica detrás del la obra de este artista se puede
introducir con una pregunta que, con toda seguridad, le habrán planteado más de
una vez. ¿Pueden considerarse ‘’arte’’ sus creaciones? Sí. Tal y como él intenta enseñar, no debemos amoldarnos a los protocolos
establecidos por la sociedad. La contemporaneidad debe ser defendida, y no
atacada sólo por ser algo distinto. Lo innovador y lo nuevo asusta, pero los
prejuicios no son más que velos que nos ciegan e impiden que encontremos la
belleza en los lugares menos esperados.
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