domingo, 28 de septiembre de 2014

Un patricio trabajando con la basura tecnológica
Galería Max Estrella
Rebeca Menéndez López (1º de Historia del Arte) 
                                  
Daniel Canogar, (Madrid 1964), hijo de  uno de los emblemáticos componentes de Grupo El Paso,(1960)  y  madre americana, es un artista de la Arquitectura de la Imagen, de la Fotografía, de las Artes Visuales. A caballo entre Vancouver y Madrid, elabora sus trabajos con tecnología punta. Habitualmente se trata de obra de muy gran formato que se expone en espacios públicos, donde pueda apreciarse con claridad no solo el discurrir de la obra, también la luz, el color y la tecnología.
Inquietante, efervescente, movimiento calculado con exactitud, iluminación  secuencial,  utiliza soportes muy tenues,  imperceptibles,  hay que introducir al espectador en todas las áreas y formas posibles que  permita su imaginación. Realiza bucles permanentemente que generan un dinamismo en el color. Debe escudriñar  el artificio, su examen detallado hará que se contamine y entienda la obra.
La mirada del ser humano solamente se dirige en una dirección, por tanto Canogar  focaliza con firmeza los aspectos que quiere destacar. La saturación de imágenes, ha estudiado fotografía, le ha llevado a optar por obra permanente, difícil de instalar y mover, prefiere la permanencia. Marca el tiempo de los procesos.
En este caso, la Galería Max Estrella, un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, sacado del teatro del esperpento de Valle Inclán, presenta una obra pequeña, de carácter doméstico, abarcable,  dentro de su idea de estética vanguardista.
Es el reino de la Basura tecnológica mezclada con Luces de Bohemia.
Plantea la  historia de los diseños de los diferentes  móviles  con cascadas de agua que parecen ríos repletos de estos aparatitos, discurren las  carcasas sobre  una plataforma plana que se ilumina desde arriba y hace que broten a borbotones.
El esqueleto de un scanner, que se mueve lentamente al compás de la música del rotador que lleva la máquina, acompañada de un haz de luz que cuando se acerca al final para y vuelve a reiniciarse por sí solo.
Ciudades microscópicas dispuestas en las unidades de disco duro, iluminadas con leds donde antes estaban soldados los microchips y  sus correspondientes enlaces de estaño, plata, gemas….
Es un arte a base de elementos pobres, pero que en su día fueron costosos y su propia obsolescencia les ha llevado al campo de lo inestimable.
Todas estas piezas están realizadas en tres unidades, numeradas. El coleccionista lo sabe y paga por ello.
Proseguimos, ahora es un personajito, el albañil  de los Game Boy , no ha pasado el tiempo por él, se mueve hoy igual que hace 30 años, cuando nació, casi parece que se va a caer, pero retoma la dirección y sube corriendo.
Parece como si Canogar quisiera dotar a los mandos a distancia una relevancia insospechada , ya no manda quien detenta el artilugio, ellos solos se han dotado de poder y actúan sin que nada ni nadie les dé órdenes. Se acabó el machismo. Ellos solos se auto abastecen y alcanzan el grado de movilidad a su bola. No hay que pedir, porfa dame el mando. Tienen vida.
Sobre una mesa de hierro lacado, van apareciendo teclas de ordenador, limpias, vacias, tabuladores, bloqueos, pausas. No se salen del marco de la propia mesa. Poco a poco se van iluminando llegando a escribir frases que se confunden con la ciudad y sus calles. Se pueden apreciar parques, urbanizaciones, puentes, colegios, todo ello iluminado con unos cañones desde el techo impoluto pintado todo en blanco. Hay algún foco bañador dispuesto hacia la pared,  salpicado a distancia exacta de los demás que sirven para  despistar al visitante  y que permita  que pueda ver con gusto el suelo gris de cemento pulido, veteado y rajado por la dilatación del árido.
Una exposición de arte experimental  compuesta por  elementos pobres que se unen para dar forma y utilidad a una estética especial


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