domingo, 28 de septiembre de 2014

small remembers

ESTA “CHATARRA” ESTÁ MUY VIVA

Marceli Gadacz Malczak


Siguiendo con su línea artística, estética, Daniel Canogar, componente del  conjunto de artistas “new media” (como el mexicano Lozano-Hemmer) nos presenta su nueva exposición cuyo título es un alegato de intenciones y claramente descriptivo: “Small Data” anunciándonos su objetivo de mostrarnos lo que considera como el legado tecnológico e informático particular: restos de chatarra electrónica como videoconsolas, escáneres, calculadoras, teclados, etc, haciendo de contrapunto con el conocido como Big Data (bancos de datos manejados por corporaciones y gobiernos acerca de nuestras vidas privadas). Seleccionando minuciosamente los restos encontrados tras una búsqueda por diferentes chatarrerías y “cementerios” electrónicos como Silicon Valley durante un largo período de tiempo, los enlaza, a continuación, en una unión “pseudo-simbiótica” con unas proyecciones digitales cenitales que les permiten conseguir, “resucitar” en cierta forma, volviendo a ser “funcionales” en nuestras retinas.

Mediante dicha vuelta a la vida de los deshechos expuestos por el artista, se nos abren multitud de caminos de índole ligada, en gran parte, al aspecto, carácter consumista de la población como: el concepto de “obsolescencia programada”, la desmesurada evolución tecnológica y las ideas de memoria e identidad (la respuesta emocional, sentirnos identificados con lo presentado, la recuperación de recuerdos particulares con nuestros aparatos electrónicos obsoletos), en definitiva, la pretensión de darnos por aludidos. Y, para o bien o para mal, queriendo o sin querer, las obras de Canogar nos conmueven. Este es justo el “quid” de la cuestión: cómo hemos llegado hasta este grado de convivencia con nuestros móviles (también motivado por la mencionada obsolescencia programada, es decir, la planificación de las empresas para que su producto tenga una vida útil determinada), videoconsolas u ordenadores que, a la primera de cambio que los observamos se nos vienen a la cabeza imágenes que quizás fueron posibles únicamente gracias a éstos. Por otro lado, se presenta ante nosotros la paradoja de, cómo algo (televisión, teléfono móvil) tan criticado, calificado como una especie de “destructor” de relaciones, ha sido protagonista, el “cupido” de ciertas familias reuniéndolas a su alrededor cuán chimenea en invierno- puede que sea también lo que se nos ha querido vender- o, en multitud de ocasiones el salvavidas de relaciones a distancia, siempre con un carácter moderno y tecnológico de la situación, claro está.

Además de las reflexiones paradójicas y posibles críticas intencionadas del artista que sonsacamos, no debemos obviar el carácter nostálgico que nos infunde Canogar ( puesto que él formó parte de la generación que presenció el nacimiento de los primeros móviles y videojuegos como el Mario Bros) cuyo objetivo no es otro que el de trasladarnos, hacernos recordar las experiencias vividas con dichos elementos, llevarnos a rebuscar de nuevo y reciclar momentáneamente televisores, videoconsolas resucitándolas con un soplido-para quitarles el polvo o “símbolo del olvido”- (haciendo alusión a la película de Ted Kotcheff: “Este muerto está muy vivo) y, en sentido indirecto, que nos demos cuenta del porqué, la esencia de dicho problema que no es otro que- manipulado por la sociedad de consumo para persistir- nuestra impaciencia, afán de superación, la envidia o la avaricia.

En definitiva, con dicha exposición queda demostrado y podemos afirmar sin riesgo de equivocarnos, como en un espacio tan efímero de tiempo, los aparatos e instrumentos creados por la tecnología se han convertido, salvando las distancias, en los “restos arqueológicos” del siglo XXI. Por último, cabe destacar, el hecho de que te guste o no el concepto de arte de Canogar y sus intenciones representadas mediante dichas piezas tan bien ensambladas con las proyecciones digitales y realmente “astutas”, éstas no dejan indiferente a nadie, haciendo que nos demos cuenta  de cómo algo tan insignificante se ha apoderado de nosotros “gracias” a la sociedad de consumo.





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