¿TE ACUERDAS DE AQUEL NOKIA QUE PARECÍA UN LADRILLO…?
Cristina Montenegro Antón
Parece que
Canogar se ha dedicado últimamente a visitar desguaces de tecnología y, por qué no, a buscar en su sótano; con
el objetivo de recolectar piezas antiguas de teléfonos móviles, ordenadores,
consolas, etc. que han quedado olvidados para siempre. ¿Para siempre? Cuando
entramos en la galería Max Estrella y nos quedamos de pie bajo esa luz tenue,
nuestra vista se desvía a las distintas zonas que parecen animadas por un
efecto de luces y colores que nos atraen. Y cuando nos acercamos y vemos un
trozo de ordenador roto o una pantalla de móvil fuera del dispositivo; todo
viejo y obsoleto, nos preguntamos, ¿y toda esta chatarra?
Pues toda
esa basura tecnológica que Canogar ha encontrado en su desván no son más que
las piezas que forman parte de su vida pasada; y por qué no, también de la
nuestra. Piezas de dispositivos electrónicos que ahora mismo no tienen una
función útil; pero que si miramos más allá, y nos adentramos en el recuerdo,
podremos rememorar aquellos momentos pasados de la infancia. Jugando con
nuestras Game Boy; hablando con nuestros amigos por nuestro primer móvil, que
generalmente era un Nokia del tamaño de un ladrillo; cuando nos enseñaron a utilizar
el ordenador, y no podíamos despegarnos de él para hablar a través del Messenger. Y todo esto sigue vivo en
nuestra memoria; una memoria que es tanto individual como colectiva, ya que
forma parte de una época que compartimos con las personas más cercanas a
nosotros.
Canogar,
decide dar un paso más; y no solo mantiene vivo el fuego de su memoria, sino
que también quiere darles vida a estos objetos, que parece que se muevan encima
de sus estanterías. Lo consigue, a base de un laborioso trabajo de edición de
video; que se desarrolla acorde al objeto por medio de una proyección que se
encuentra justo encima. Las piezas encajan perfectamente, dándole a la escena
una sensación de movimiento brutal; como las letras y números que se escapan de
sus botones, o Mario Bros queriendo seguir la partida más allá de ese trozo de
cristal.
Y es que,
aunque no nos demos cuenta, y más en estos tiempos que corren, mantenemos una
relación muy íntima con nuestros dispositivos electrónicos. Suena de coña, pero
es así. Nos asustamos cuando no palpamos el móvil en el pantalón y vigilamos de
forma constante la funda del portátil cuando estamos en un sitio público (y sí,
aparte de hacerlo por el cariño que les tenemos, también es porque suelen ser
bastante caros; y el dinero es el dinero). Pero, ¿a quien no le da pena
deshacerse de su ladrillo? Yo, lo sigo guardando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario